¿Por qué no doblaron las campanas por Germán y Joseba?

¿Por qué no doblaron las campanas por Germán y Joseba?
julio 9, 2013 No Comments Actualidad,Opinión ekimena

Julián Zubieta Martínez. Publicado en Diario de Noticias (09-07-2013)

La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti. (John Donne)

Parafraseando al mencionado autor podemos añadir que ningún suceso es una isla, completo en sí mismo. Puesto que todos los hechos son un pedazo de la historia de la tierra donde ocurren. Por eso, no sería justo que, por muy amargas y vergonzosas que sean, algunas verdades se releguen a la resignación del olvido, que, por otra parte, tanto gusta en este país a los que siempre gobiernan. Este es el propósito del artículo, que la memoria de Germán y de Joseba nunca quede en el olvido. Y, aunque ya hayan pasado 35 años desde aquel trágico San Fermín del 78 y su verano, todos los 8 de julio, guste o no guste, se recuerdan en su nombre la vulneración de los derechos humanos producidos en un contexto de violencia, insisten, de motivación política.

Buena parte de los hechos ocurridos en aquellos días se pueden rastrear en las hemerotecas y los archivos, esos cementerios sin flores en la memoria. Pero no podemos dejar pasar que la historia es un ser vivo cuyo relato avanza conforme nos hacemos mayores. Una historia sin relato renovado es una historia que aún no existe. Por eso tenemos que estar atentos para seguir tejiendo el hilo de los acontecimientos, no tan solo en nombre de Germán y Joseba, sino de todos los que, de alguna manera, demandan justicia y reparación dejando de pensar en la incurable realidad de esas muertes y otras.

«Lo nuestro son errores, lo otro son crímenes». Esta sentencia se refería a los sucesos de aquel verano del 78. Por lo tanto, como hemos señalado, forman parte de la historia. El afortunado autor no es otro que el entonces ministro de Interior, Rodolfo Martín Villa, formado en las filas del franquismo, y que a finales del 2012 fue elegido entre otros por el actual ministro de Economía, Luis de Guindos, para gestionar el conocido como banco malo que iba poner fin a la burbuja inmobiliaria. Esa es la diferencia, mientras unos han seguido ascendiendo en el escalafón institucional, la muerte sigue esperando para aclararse.

Hace unos días Ignacio Sotelo publicó un artículo donde afirmaba que el régimen democrático que inició su andadura en 1976 muestra en la actualidad claros síntomas de agotamiento. Y no es de extrañar esta afirmación, cuando todavía quedan en activo políticos como el antes mencionado ministro de Interior. La inmaculada transición no provino de ningún consenso entre el régimen y la oposición democrática, sino que fue una imposición reformista del franquismo, asumida por una población que recordaba el miedo y el sometimiento de la posguerra. Por fortuna, y a pesar del precio que se paga por todo ello, Euskalerria fue foco de descontento y disconformidad como bien se refleja en los sucesos de aquellos años en Vitoria, Montejurra, Iruña y otras localidades. Es cierto que existía terrorismo, pero va quedando claro que no era solo una parte la que ejercía.

Lo que no ha querido leer la historia de los gobiernos democráticos es que, también en esta zona de la geografía, se demanda libertad, trabajo e igualdad; y no siempre, como nos han querido hacer ver, a través del terrorismo. Estamos hablando de los sucesos del verano del 78 en esta tierra, otros deberán hablar de otras tierras, por eso, siempre hay que tener en cuenta la peculiaridad de las costumbres y demandas sociales de cada sitio al que se hace referencia.

Como bien señalan Aitor Pescador y Jesús Barcos en el libro El Ayuntamiento de Pamplona durante la transición (1974-1976), Pamplona contó, anticipadamente, con un sector relevante de concejales que plantearon un programa municipal progresista muy vinculado con el pueblo, lo que aportó una pluralidad de oportunidades con la riqueza que ello supuso: «Que todo Pamplona sea Ayuntamiento» Javier Erice, alcalde de la ciudad en 1976. Igual que en la coyuntura de oscuridad actual. Este era el caldo de cultivo que transmitía la ciudad, ya desde la crisis económica de 1973. Situación que quedaba reflejada con los problemas laborales, que sí, desde luego que sí, son cuestiones políticas -qué no lo es-, que demandaban reivindicaciones salariales y mejores condiciones de vida y trabajo -demandas que se nos han olvidado, por otra parte-. Bien es cierto que la forma de represión fue mudando, ya que durante el periodo franquista, está fue un fenómeno constante, ejerciéndose por la Fuerzas de Orden Público (FOP) una acción coercitiva y un control policíaco de la lucha obrera que facilitó el comportamiento autoritario de los empresarios, para transformarse, democráticamente, en una represión más selectiva, aplicada a líderes y militantes organizados, o generalizado, cuando la huelga superaba el escalón de la reivindicación económica y especialmente cuando se pasaba a formas de acción que alteraban el orden público o eran en apoyo al nacionalismo vasco. En ese contexto conviene destacar la huelga general de junio de 1973 en solidaridad con la empresa Motor Ibérica y la de enero de 1975 con los encerrados en Potasas de Navarra.

Tal y como queda reflejado en el dossier confeccionado por la comisión investigadora de las peñas de mozos de pamplona, en agosto de 1978, esta represión fue aumentado a lo largo de estos años con dureza inusitada, contándose por centenares los detenidos en la ciudad. Situación que empieza a reflejarse antes de las fiestas de esos años, censurándose por esta causa varios carteles de las peñas. Inquietudes de libertad e igualdad que acabaron con altercados importantes, a la vez que sangrientos, durante aquel invierno del 78.

Quien haya asistido a una corrida de toros a la Monumental de Pamplona -jalonada, para burla de muchos de sus asistentes, por un escudo republicano- sabe que el ambiente del tendido de sol es diferente. Siempre reivindicativo y crítico con los sucesos que incumben a la ciudad, y al igual que las goguettes que en 1820 en Francia popularizaron, siguiendo la tradición de las sociedades epicúreas, las sociedades cantantes, compuestas principalmente por obreros que se reunían a comer, beber, y sobre todo, a cantar juntos, piezas que tomaban de la música muy conocida, improvisando sobre ella, creando otras letras, caracterizadas por su tono subversivo y picaresco, como digo, de la misma manera, en su tiempo, el tendido de sol coreo a posteriori… Aquello de «son, son, son de caballe…atención, atención… Martín Villa es un…», fruto del recuerdo que dejó su luctuosa actuación en aquel verano del 78, cuando las FOP entraron a tiros en la plaza de toros, sin importar lo que pudiese ocurrir. Para refrescar todos estos acontecimientos están los archivos, como ya hemos mencionado.

Para concluir, y darnos cuenta lo poco que nos ha aportado la inmaculada transición, señalar una editorial de Cuadernos para el diálogo sobre los hechos sucedidos en Iruña ese año: «… el gobierno de UCD no ha cubierto los puestos de gobernadores civiles con arreglo a las exigencias de la nueva sociedad democrática. Entre los gobernadores civiles actuales -Ignacio Llano, entonces- abundan la incompetencia y la ambigüedad ideológica. Un cierto espíritu franquista zascandilea aún… Lo ocurrido en Pamplona es un triste ejemplo de que todavía persisten en el sistema numerosos elementos y actitudes propias del régimen anterior».

Estos hechos, como muchos de los acaecidos durante y después del franquismo, están sin resolver: ¿Por qué no doblaron las campanas por Germán y Joseba entonces? ¿Por qué no doblan por todos los que fueron asesinados por los franquistas todos los 14 de abril?

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